Escudo de Torreón

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domingo, agosto 30, 2015

Construyamos una nueva cultura




¿Arte, o maltrato?


El pasado martes, el gobernador Rubén Moreira promulgó la reforma de ley de Protección y Trato Digno de Animales, con la cual quedaron desterradas las corridas de toros en Coahuila.

En un momento como el actual, en que el país sufre los terribles impactos de la baja histórica del petróleo, la devaluación incontrolable de la moneda (solo una economía fuerte puede tener una moneda fuerte) y de los problemas sociales de inseguridad, corrupción generalizada e impunidad. En un momento como éste, con una pobreza creciente, baja brutal de los niveles de calidad de vida de la mayoría de los mexicanos… en un momento así, habrá gente que piense que el asunto de las corridas de toros es una verdadera nimiedad. 

Un buen segmento de la población coahuilense expresa comentarios como éstos: ¿A quién le importan los toros? ¿A quién le importa lo que pase con los animales, si son solamente eso, animales? “Son cosas, ni siquiera sienten”. Y como casi nadie cree que realmente se esté tomando en serio el asunto del maltrato animal, muchos cuentan con diversas hipótesis sobre el tema. Algunos opinan que “la prohibición consiste en una mera distracción para la ciudadanía, para que dirija su mirada hacia asuntos menos sensibles para el gobierno estatal”. Para otros “se trata de una venganza política”. 

Suponiendo, sin conceder, que efectivamente la causa de la reforma a la ley fuese el afán de distraer a la ciudadanía de otros temas realmente escabrosos, o que hubiera venganzas de por medio, hay mucho de fondo en lo cual debemos reflexionar.

El gusto por la violencia y por el derramamiento de sangre de humanos y de animales efectivamente puede ser parte de una cultura. Los romanos construyeron un enorme y bien equipado coliseo (con todas las mejoras técnicas de la época) para poder disfrutar la vista de gladiadores destripándose unos a otros hasta morir, o bien, para presenciar el combate entre humanos y animales, animales contra animales, e incluso, para ver morir a los cristianos quemados, devorados por leones o destrozados por verdugos. Y vaya que la gente aplaudía el “arte” de gladiadores y verdugos, y todas las “suertes” que sabían hacer. Esto era parte de la cultura romana y de su identidad como pueblo.

Los aztecas, posteriormente conocidos como mexica, también contaban con una cultura sanguinaria, y era muy propia de ellos, era parte de su identidad religiosa.

Pero el punto a reflexionar es el siguiente: ¿en México debemos perpetuar una cultura sanguinaria, una cultura de la violencia, simplemente porque es “nuestra”? Porque en este momento histórico las desapariciones forzosas, los secuestros, la tortura, el asesinato se han convertido en parte de nuestra cultura nacional. ¿Debemos perpetuarla simplemente porque es nuestra?


Si las instituciones gubernamentales no hacen respetar los derechos humanos, sería muy ingenuo pensar que con los de los animales sería diferente. En primer lugar, debemos caer en la cuenta de que al igual que los humanos, los animales son seres vivos que sienten el dolor físico y que tienen emociones, sobre todo los más desarrollados. ¿Sería mucho pedir que la ciudadanía, no el gobierno, comience a ejercer e imponer una cultura de respeto hacia los animales evitándoles todo maltrato innecesario? 

No se trata de volvernos vegetarianos, se trata de que los animales de rastro sufran lo menos posible a manos de los matanceros; se trata de que los choferes no se abalancen divertidos sobre perros o gatos aterrorizados por el tráfico, que ya no haya mascotas colgadas, quemadas vivas o apaleadas. Se trata de una guerra contra la violencia. A nuestra cultura nacional le urge renovarse, por nuestro propio bien.  

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